Raíces de la crisis: la política exterior, ordenadora principal del progreso

Al escanear el mundo hoy, vemos un escenario global en crisis. En poco más de tres años pasamos de la epidemiología a la polemología. Dos crisis globales de distinta naturaleza, nos flagelan y nos exigen salir de la pereza intelectual en la que nos hemos encerrado.

Entramos en la era de los conflictos “mundializados”, ya no más meramente mundiales. Conflictos afincados en un territorio específico, pero con irradiación global. Hoy los fenómenos son sistémicos.

La interdependencia económica entre Estados Unidos y China, en medio de la principal rivalidad geopolítica de nuestros tiempos, así como el reciente acuerdo entre Arabia Saudita (sunita) e Irán (chiita), bajo la mediación de China, reflejan que viejas lógicas ya no son aplicables. Por ejemplo, el intercambio comercial entre Estados Unidos y China en 2022 fue de 690.600 millones de dólares.

El mundo no será nunca más como el de antes. Este escenario global en constante ebullición y transformación exige una nueva gramática de las relaciones internacionales. Cambian los contextos, pero los paradigmas quedan anclados en lo conocido: tememos abordar lo desconocido. Surgen cada vez más partenariados de ocasión, en competencia con las alianzas tradicionales.

Las grietas geopolíticas son las más profundas de los últimos decenios, generadas en gran medida por la exacerbación de perennes conflictos armados: la guerra clásica interestatal está siempre vigente.

Pero, a diferencia del pasado, esa grieta no constituye el mayor desafío. Es, en cambio, un inaceptable factor de bloqueo que paraliza la respuesta global a los desafíos de este siglo XXI: grave disrupción ecológica antropocéntrica, migraciones, violencia trasnacional, pandemias, pobreza, hambre y desigualdad, retorno de las pasiones políticas, nacionalismo, violación de los derechos humanos universales.

Las manifestaciones populares, reflejo del descontento e insatisfacción, se producen cotidianamente en todos los países, democráticos y autoritarios. Más visibles en los primeros que, en los segundos, por la propia naturaleza abierta del sistema, estas expresiones reflejan la desconexión entre las necesarias aspiraciones de la gente, y la respuesta de las autoridades políticas.

En este nuevo escenario globalizado, la República Argentina no puede seguir siendo un simple espectador de los acontecimientos mundiales. Debemos involucrarnos activamente en la gobernanza global de este siglo XXI, a través de una política exterior multidireccional, desideologizada y en función del centro de gravedad del futuro de nuestro país: su crecimiento, desarrollo y progreso.

Política pragmática

En un artículo publicado en LA NACION en abril de 2021, señalaba que necesitábamos una “gran estrategia de política exterior basada en el interés y los valores nacionales, que incorpore todos los instrumentos del país –públicos y privados– y tenga continuidad”. Proponía que fuera el resultado de acuerdos y consensos que permitan finalmente diseñar y acordar una política exterior pragmática, no condicionada por los tiempos electorales ni por los procesos de alternancia democrática.

Es muy difícil llevar adelante una política exterior exitosa en el contexto de una crisis interna.

La Argentina, con indicadores económicos, sociales y culturales sumamente negativos, necesita urgentemente consumir lo global: actuar racionalmente dentro del marco institucional actual y comprometerse con los países que en verdad pregonan una coalición de multilaterales.

En este siglo XXI, la política exterior es la ordenadora principal del progreso y el desarrollo nacional. Por eso debemos diseñar una gran estrategia de política exterior –GEPE– acorde con este nuevo siglo XXI híbrido. Una GEPE que se inserte inteligentemente en el nuevo mundo, de actores estatales y no estatales, de ámbitos territoriales y no territoriales, de temas de poder blando y de poder duro.

Cada vez importa más lo que sucede más allá de nuestras fronteras nacionales, ya que estamos cotidianamente consumiendo globalización. Esto presenta un desafío categórico a nuestra futura política exterior: debe estar al servicio del crecimiento y desarrollo del país y ser percibido como un vector que mejora la calidad de vida. Necesitamos una política exterior que vele por los intereses de nuestros ciudadanos y muestre resultados visibles

Por eso la búsqueda de la concordia, una convivencia pacífica y próspera de todos los argentinos respetando los principios republicanos de nuestra Constitución nacional, acordando y generando políticas sustentables en el tiempo – tanto en el plano interno como externo- y siguiendo los positivos y constructivos ciclos de alternancia democrática, es probablemente la gran hoja de ruta a acordar en conjunto.

Consenso interno que, además, genere confianza externa para ser un actor relevante y poder contribuir al diseño e implementación de un efectivo multilateralismo relevante para abordar los grandes desafíos y crisis del siglo XXI. Y que, en el caso argentino, hace también a nuestro interés nacional. Es el llamado shock de confianza

El próximo gobierno deberá tener muy en claro que la política exterior es un instrumento -quizás el más relevante- para generar crecimiento, desarrollo y progreso, y no el brazo externo, de imaginarios voluntaristas.

La política exterior y su brazo desarmado, la diplomacia, deberán contribuir a las dos dimensiones de toda estrategia global.

Deberá estar orientada a la búsqueda de nuevas oportunidades para la inserción de bienes y productos argentino en el mundo. Estar siempre alertas en la búsqueda de nuevos mercados y nichos, y acompañar a nuestro sector privado en su inserción internacional. Finalizar el proceso firma e implementación del acuerdo Mercosur-Unión Europea, culminar el proceso de acceso a la OCDE, negociar mas tratados de libre comercio, ingresar en las nuevas cadenas de valores y servicios globales, desarrollar rápidamente el proceso de transición energética, a través de las energías renovables, gas y litio.

Además, fortalecer la presencia internacional en el campo de la agricultura sustentable nacional, sin condicionamientos fiscales internos que la paralizan, apoyar todas las áreas más relevantes de la ciencia y tecnología, como biotecnología, nanotecnología, energía nuclear de uso pacífico, industrias espaciales y ciberespaciales.

Apoyo al crecimiento y desarrollo.

La política exterior deberá sostener y mantener las nobles tradiciones internacionales de nuestra patria, siguiendo el apotegma de Carlos Saavedra Lamas. Compromiso con la paz y la seguridad global, defensa de los derechos humanos y la dignidad del ser humano, irrestricta adhesión a los principios de convivencia internacional –derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas.

Todo ello, bajo el apego a nuestros principios y valores nacionales, como constan en el artículo 1° de nuestra Constitución nacional: sistema representativo, republicano y federal.

En este nuevo escenario global, la política exterior del próximo gobierno deberá apuntar a ser un contribuyente activo y responsable al establecimiento de un sistema de gobernanza global más inclusivo y eficaz, para hacer frente a los desafíos de las generaciones futuras, y en beneficio de nuestra población.

El autor es miembro del Servicio Exterior de la Nación

Fuente: La Nación. Ver nota completa.

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