Devaluación: claves para entender por qué y para qué se decide una medida cambiaria

1. Una devaluación más. La semana que pasó comenzó con la crónica de una devaluación anunciada. Probablemente anticipada y ya pactada en cuanto a tiempos y formas con el FMI (nuestro prestamista de última instancia). Sin embargo, levantando la cabeza de nuestra Argentina, una devaluación del orden del 22% de un día para el otro no es algo muy normal, sin que haya un evento disruptivo. Esta devaluación se suma a muchas que tuvimos a lo largo de nuestra historia: las de 1958, 1962, 1975, 1989, 2002.

2. Pros. Desde el primer control cambiario en 1930, en la Argentina convivimos permanentemente con los intentos de tener un tipo de cambio único y libre y con los controles cambiarios (o el famoso cepo) que llegan cuando las cosas no funcionan. La devaluación de la moneda llega por varias razones. La primera es que, cuando la competitividad es baja, vender tus productos al exterior resulta muy caro. La única forma de abaratarlos (si no se mejora la competitividad estructural) es a través de la suba del tipo de cambio, porque eso les permite a los extranjeros comprar, con lo mismo que antes, más bienes de nuestra economía. Lo mismo sucede cuando el déficit de cuenta corriente es muy elevado. Un tipo de cambio barato, porque el dólar está “pisado”, genera incentivos a que haya muchas más importaciones, viajes al exterior y más gastos, lo que lleva a que en algún momento eso se vuelva insostenible y a que la única forma de que el Banco Central deje de perder reservas sea encareciendo el dólar y bajando el incentivo a lo anterior. También sirve para licuar deudas en moneda local a tasa fija, siempre y cuando se obtengan ingresos atados al dólar.

3. Contras. Pero, si todo fuera positivo, los gobiernos fomentarían las devaluaciones permanentemente. Lo cierto es que la devaluación (sobre todo en economías con baja demanda de su moneda), tiene altos costos inflacionarios. Eso conlleva una baja en los ingresos reales de los trabajadores y afecta negativamente el consumo. A su vez, puede tener un impacto recesivo en industrias que necesitan insumos importados para seguir funcionando, porque la devaluación encarece el acceso a esos bienes.

4. Regímenes cambiarios. Este sistema de tipo de cambio fijo, que mantiene el dólar a un determinado precio de la moneda del país –como el sistema de la convertibilidad en los años 90– funcionó en la mayoría de los países entre 1950 y 1970. Luego, se redujeron drásticamente y ganaron espacio los regímenes de crawling peg, tal como el que tenemos hoy en nuestro país, en el que el tipo de cambio sube de manera constante de acuerdo con decisiones del Banco Central. El 60% de los países utiliza hoy regímenes de flotación o de flotación sucia o administrada. Es decir, que el tipo de cambio sea único y libre, definido por la demanda y oferta del mercado. Sin embargo, los bancos centrales intervienen cuando consideran que se atraviesas momentos de saltos cambiarios muy altos o períodos de atraso cambiarios.

5. Controles. Los controles cambiarios son una herramienta que intenta divorciar del balance de pagos los movimientos internacionales de flujos de capital. Se espera que el Banco Central sea el que fije el tipo de cambio y se imponen trabas para acceder a los dólares. Nuestro país tiene hoy uno de los regímenes cambiarios más controlados del mundo, pero la pérdida de reservas que no cesa: las brutas volvieron a los niveles de 2006. La devaluación de esta semana ya estaba estudiada: el régimen cambiario es insostenible.

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