Pablo Mira: “Con la inflación, se incorporaron hábitos que hacen que sea más difícil la salida”

Es doctor en Economía por la Universidad de Buenos Aires, donde es docente de Macroeconomía 2 y Economía de la Conducta; es profesor de Epistemología en el Doctorado de la Untref, investigador en el IIEP-UBA, autor de los libros Economía al Diván y Homo Falsus, y conduce con Gerardo Rovner el programa de radio Dos tipos de cambio

“La característica más dramática de la inflación es su poder de transformación a lo largo del tiempo”, dice Pablo Mira, economista y docente universitario, sobre las consecuencias que la inestabilidad de precios trae tanto para los comportamientos inmediatos de familias y empresas como sobre la economía en su conjunto en el largo plazo. Especialista en behavioral economics, el investigador del IIEP-UBA describe además cómo las personas en escenarios como el argentino actual toman decisiones “no racionales”.

-¿Cuáles son las consecuencias cotidianas y de largo plazo genera la inflación?

-Es como si uno criara un cocodrilo en casa. De chico se ve muy simpático, muy divertido, te muerde y no te hace daño, pero después va creciendo y se transforma en un peligro inminente. Y hay que hacer un montón de cosas completamente absurdas o restrictivas para que el cocodrilo no se coma a tu familia. Eso es una parte fundamental y explica, de alguna manera, por qué por lo menos en Argentina hay una tendencia a que la inflación cada tanto no sea considerada una dificultad o un problema central, cuando los valores iniciales no son demasiado altos. Y es un fenómeno que aparece incluso con una relación positiva con el ciclo económico y con el crecimiento.

-¿Y qué pasa en ese momento inicial?

-Los agentes todavía no se ven confundidos ni reaccionan demasiado distinto de lo que venían reaccionando. El Estado empieza a lo cobrar lo que llamamos el impuesto inflacionario, y eso a su vez le da un poquito más de espacio para llevar adelante políticas públicas. No afecta tanto a empresarios, familias o trabajadores, que ajustan con cierta tranquilidad cada tanto los salarios o incluso con pequeños ajuste por encima. Estás en una expansión, nadie piensa que eso va a terminar o que el problema es la inflación.

–¿Y qué ocurre cuando ya es un problema?

–La cuestión se pone peliaguda cuando se entra en tres etapas más, que se van cumpliendo a medida que la inflación se va acelerando. La primera es una inflación un poco más alta, ya no es, digamos, de 10% o 12%, sino que pasa a ser de 25% o 30%. A partir de ahí, ya sabemos, hubo incluso una necesidad de cubrirla para no hacerla pública. Pero, a partir de 30% aparecen algunos comportamientos preocupantes. Se aumenta la frecuencia de los ajustes de algunas variables, y los agentes económicos empiezan a corregir su propio precio: los salarios, el tipo de cambio si está administrado y las tarifas públicas. Y cuando vas pasando de 20% a 30% y de 30% o 40%, la inflación deja de ser un fenómeno que se analiza en términos anuales para ser un fenómeno que se analiza en términos mensuales. Y en cuanto se cambia la frecuencia, la referencia es de mucho más corto plazo, lo cual significa que vas a estar mucho más atento a los ajustes de precios en función de cualquier shock que ocurra mes a mes, y ya no año a año, o cuatrimestre a cuatrimestre. Y eso implica renegociar con mayor asiduidad contratos, y se generan costos y problemas.

–¿Cómo cuáles?

–Aparece la posibilidad de que algunos precios queden atrás respecto de otros precios, es decir, problemas de precios relativos. Para buscar parar la inflación de 30% o 40% los instrumentos típicos que se usaron son las tarifas y el tipo de cambio. Pero, con la inflación inercial que sigue, se termina generando un problema fiscal en el primer caso, y un problema de falta de dólares en el otro, con lo cual, en algún momento habrá que hacer un ajuste brutal de esas dos variables. Y una de las cosas que no le gusta nada al sector privado es que las pérdidas le aparezcan todas juntas, de repente. No es lo mismo perder un cachito todos los meses, y medio que no te das cuenta, a lo que pasa cuando hay una devaluación fuerte, o un ajuste de tarifa fuerte. Eso duele mucho más. Y eso se ve perfecto hoy, cuando la gente paga un precio alto por una tarifa, tiene el ajuste del alquiler o compra algo que no compró por mucho tiempo, como un repuesto del auto, y lo va a buscar y dice: ‘Esto es una locura’. Esa es una de las dificultades, llamémosle psicológicas, que genera un proceso inflacionario. Esa es la segunda etapa. Y la tercera es más parecida al régimen que tuvimos en los años 80 y que está ahora a la vuelta de la esquina.

–¿Qué lo caracteriza?

–Es el momento en el cual ya casi nadie sabe bien cuál es la tasa anual. ¿140, 160, 115, 180? La relevante pasa a el índice mensual. Los contratos se recalculan mensualmente, los precios mensualmente también, porque hay miedo de perder el tren y de tener que ajustar demasiado. Y eso le propina a la economía un mecanismo de inercia que genera muchos problemas a la hora de estabilizar. Porque mucha gente ya incorporó esos hábitos, y por más que se vaya a las causas últimas de la inflación y se esté seguro de la necesidad de hacer una determinada política monetaria, cuesta mucho controlar esa inercia y coordinar a los agentes. Eso pasa ahora. Y después está la etapa final, que es la hiperinflación.

–¿Qué la define?

–Suelen ser un fenómeno que dura muy poco, porque la economía virtualmente deja de funcionar, y ni a la economía ni a los gobiernos les gusta que deje de funcionar. Y ahí mucha gente se pone a disposición, por decirlo de alguna manera, para establecer un plan de estabilización como sea. Son momentos en los que uno se da por vencido y, en vez de pensar alternativas más o menos razonables, empieza a aceptar cambios como sea para parar la locura. Las hiperinflaciones no duran tanto, pero son muy violentas y muy redistributivas. Y generan un shock mayor todavía del que tenemos hoy sobre la pobreza y la distribución del ingreso, que después cuesta mucho revertir, o que convierte rápidamente al país en un país pobre. A veces se puede retomar rápidamente; otras veces cuesta mucho más, pero es un cambio estructural. Y en un contexto de inflación altísima, se fija el tipo de cambio y se frena todo lo demás, con las consecuencias que eso tiene.

–¿Qué se necesita para estabilizar hoy?

–Hay un trabajo de [Martín] Rapetti, [Joaquín] Waldman y [Gabriel] Palazzo que resulta interesante para ver las experiencias más importantes. En general, la consolidación fiscal no debería hacerse al mismo momento del inicio de un plan de estabilización; se debe retomar cierto poder sobre las cuentas públicas y conviene hacer eso antes. Y la segunda cuestión es qué se fija, y en países como la Argentina el dólar es el referente fundamental. Pero también, como habrá problemas de inercia y coordinación, la política de ingresos y el seguimiento de los precios debería estar presente en el momento en que el plan se lleva adelante, para tratar de suavizar la inercia de los contratos, de los precios y de las actitudes, llamémosle especulativas. Y de alguna manera también debe establecerse un criterio o brindar alguna seguridad de que vas a poder controlar eso, de que los precios relativos están en un nivel más o menos decente, o de la dinámica de los salarios. Habrá que prestar atención a la política de ingresos en esos dos flancos. Y después la economía naturalmente va a tener que abrirse un poco, para que la competencia externa tenga algún rol en el disciplinamiento de los precios internos. Hablamos de ajuste fiscal, habrá una situación donde socialmente la gente va a estar atenta a qué pase con el plan; mientras tanto la cosa va a ser difícil y habrá conflicto. Habrá que pensar con mucho cuidado las políticas de compensación entre ganadores y perdedores.

–¿Y en cuanto al contexto externo?

–Se necesita que más o menos sostenga la situación. Hoy las tasas de interés no son tan bajas, pero tampoco explotan al alza. El principal problema que tiene la Argentina es que, por su deuda, no va a tener entrada de dólares. Entonces, los planes van a sufrir más.

–Desde el punto de vista de la vida cotidiana de las familias, ¿cómo cambian sus comportamientos con la inflación?

–La economía del comportamiento busca algún tipo de conexión entre la teoría económica o el análisis económico y la psicología. Se trata del análisis de nuestra capacidad cognitiva para tomar decisiones en función de todo lo que un ser humano siente. En la Argentina hay dos tipos de problemas macroeconómicos interconectados, que son la alta inflación y una economía que no crece hace prácticamente diez años, quizá más, y en la cual el PBI per cápita viene cayendo casi un total de 10%. Esas son dos condiciones realmente muy desagradables, porque crean un conjunto de conductas por parte de los agentes privados, que empiezan a mostrar alguna de las características que enfatiza la economía del comportamiento. Por ejemplo, una actitud de aversión al riesgo superior a la que naturalmente tendría un individuo puramente racional.

–¿Y eso qué significa?

–No es que los individuos sean irracionales o que la gente sea tonta. Pero la Argentina hoy es difícil. Y la respuesta que encuentran los agentes es ‘voy a cuidarme’. Eso tiene algunas ventajas y también algunos problemas, porque cuidarse no es gratis. Si alguien es muy adverso al riesgo, en situaciones como esta hará cosas como comprar dólares y casi nada más; casi no vas a considerar ninguna otra posibilidad en tu portafolio de inversiones o de ahorros. Y eso genera problemas, amplifica los problemas macroeconómicos. Hasta el ministro de Economía dijo ‘no compren dólares’. Pero, además, los agentes económicos ni siquiera consideran la posibilidad de hacer un negocio con esos dólares, de invertirlos. Eligen tenerlos en una lata, abajo del colchón o en una caja fuerte. O sea, los agentes están dispuestos a perder plata con tal de evitar una pérdida mayor. Y eso es un comportamiento que tiene algo no del todo racional. Con la inflación que hubo en dólares en los últimos años, hubo mucha gente que con sus más de US$200.000 millones acumulados, perdió un 10% en términos de poder adquisitivo. Pero la gente no movió esos dólares.

–¿Y en cuanto al consumo?

–Cuando a la gente le va mal, la teoría tradicional insiste en decir que se va a consumir con el uso de los ahorros y que después la gente lo compensa cuando le va bien. Eso es la teoría básica. Resulta que cuando nosotros seguimos en recesión hace un montón de años, la gente no solo no usa un solo dólar, sino que sigue comprando. Es exactamente lo contrario a lo que haría un individuo racional, según la teoría racional. Eso explica de alguna manera la dificultad adicional que existe en una economía tan inestable, que durante tanto tiempo no crece y que está funcionando tan mal, que hace que los agentes empiecen a tomar decisiones que retroalimentan el problema.

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