“Estoy viva, pero siento que estoy muerta”: un masivo éxodo que se viene gestando desde hace décadas, contado desde adentro

GORIS, Armenia.- Ararat Ghahriyan y su familia tardaron una semana en atravesar el estrecho corredor terrestre que conduce a la frontera con Armenia. Normalmente, el viaje les habría llevado apenas un par de horas, pero desde la semana pasada, cuando Azerbaiyán tomó el control de la región de Nagorno Karabaj tras décadas de guerra y enfrentamientos, hay una hilera interminable de autos, camiones y ómnibus en la única ruta de salida, y a esta altura la población de 120.000 habitantes de ese enclave transcaucásico se redujo a la mitad. Y los que quedaron parecen dispuestos a seguirlos.

Son muy pocos, por no decir ninguno, los que piensan que algún día podrán volver.

Tengo la sensación de que nuestro país no existe más”, dice Ararat, mientras su esposa y sus tres hijos preadolescentes acampan frente a un supermercado, ya del lado armenio, rodeados de bolsas de plástico y sin saber a dónde ir.

Anahit, su esposa, dice que prácticamente se fueron con lo puesto, dejando atrás todas sus pertenecías y sus lazos con una región donde están enterradas tres generaciones de sus ancestros. “Estoy viva, pero siento que estoy muerta”, dice la mujer.

Durante décadas, el diminuto enclave transcaucásico de Nagorno Karabaj ha sido sinónimo de esos conflictos irremontables que suelen estallar tras la disolución de los imperios.

La región ha sido durante largo tiempo el hogar de habitantes de etnia armenia, que se autogobernaban en una república autoproclamada dentro de las fronteras de la actual Azerbaiyán y con el apoyo de Armenia. Las históricas rivalidades entre esos pueblos quedaron tapadas cuando ambos fueron absorbidos por la Unión Soviética. Pero cuando el bloque soviético colapsó, Armenia, mayoritariamente cristiana, y Azerbaiyán, una nación musulmana de habla turca, empezaron a luchar por el control del Nagorno Karabaj: entre 1988 y el cese de hostilidades de 1994, en ese conflicto perdieron la vida más de 30.000 personas.

Pero en 2020 estallaron nuevamente los combates y Rusia envió una fuerza de pacificación, con la promesa de mantener abierto el puente vial hacia Armenia.

Este año, sin embargo, Rusia está más preocupada por su guerra en Ucrania y por mantener sus vínculos con Azerbaiyán y su principal patrocinador, Turquía. Por eso la semana pasada Moscú se mantuvo al margen cuando las fuerzas azerbaiyanas cortaron las vías de acceso y finalmente tomaron el control del enclave con un ataque relámpago, superando rápidamente a las fuerzas locales.

Armenia también entendió de dónde soplaba el viento, y no intervino.

El jueves, las autoridades de Nagorno Karabaj -o Artsaj, como se autodenominan- firmaron un acuerdo que pone fin a su condición de región autónoma y donde se comprometen a desarmar y disolver todas las instituciones antes del 1 de enero. “La República de Nagorno Karabaj (Artsaj) deja de existir”, dice el decreto firmado por su presidente, Samvel Shahramanyan.

En los días que siguieron a la toma de poder por parte de Azerbaiyán, los armenios embalaron todo lo que pudieron y emprendieron el camino hacia el cruce por tierra con Armenia cerca de la aldea de Kornidzor. Hasta allí han llegado más de 70.000 armenios étnicos.

Limpieza étnica

El gobierno de Azerbaiyán ha dicho que los armenios son bienvenidos a permanecer en el país, pero pocos de ellos creen que les permitirán vivir en paz después de un conflicto tan cruento y prolongado: su mayor temor es el inminente lanzamiento de una campaña de limpieza étnica.

“Se trata de una deportación forzada de los armenios de Karabaj”, dice Gassia Apkarian, cofundadora del Centro para la Verdad y la Justicia, un grupo de abogados que supervisa la recopilación de pruebas testimoniales de supervivientes de presuntos crímenes de guerra en Nagorno Karabaj. “Escapan para salvar sus vidas.”

El primer ministro de Armenia, Nikol Pashinyan, prometió asistir y relocalizar a los desplazados de Nagorno-Karabaj, así como garantizar que se respeten sus derechos. Pero muchos desconfían de que el gobierno armenio cumpla su promesa, y señalan que la experiencia de los combates en los últimos años demuestran lo contrario.

“Fuimos engañados y traicionados, y ahora nos enfrentamos a esta triste realidad”, dijo Ramila Mayilyan, tía de Anahit, y en su celular muestra fotos de su antigua casa, destruida durante los combates de 2020.

En la plaza central de Goris, decenas de personas hacen fila frente a puestos que reparten café caliente y meriendas dulces, lujos que muchos dicen no haber probado desde que se inició el largo bloqueo por parte de Azerbaiyán.

Desde la estación de la Cruz Roja de Armenia salen las minivans cargadas de desplazados que son llevados a hoteles, albergues, casas de huéspedes y pueblos cercanos.

Para algunos armenios, el temor a una limpieza étnica del enclave tiene ecos del genocidio armenio, que ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, en los últimos días del Imperio Otomano, y desató la diáspora armenia por todo el mundo.

Gassia Apkarian, que también es jueza en California, dice que su agrupación ha iniciado una investigación preliminar en base a las denuncias de violaciones y torturas cometidas por soldados azerbaiyanos durante el ataque relámpago de la semana pasada. Para Apkarian, es comprensible que quienes deciden abandonar Nagorno Karabaj se sientan amenazados.

“¿Acaso la integración forzada funcionó alguna vez?” apunta Apkarian, “Estos son pueblos autóctonos que viven en esta tierra desde hace siglos. Azerbaiyán quiere esa tierra sin Armenia y sin armenios”.

En un informe publicado en agosto, Luis Moreno Ocampo, exjefe de los fiscales de la Corte Penal Internacional, dijo que el bloqueo de Azerbaiyán representa “una base razonable para creer que se está cometiendo genocidio contra los armenios”.

Las autoridades azerbaiyanas han rechazado las sugerencias de que su objetivo sea limpiar de armenios el Nagorno Karabaj y aseguran que Azerbaiyán está decidido a reintegrar a quienes viven allí como ciudadanos de pleno derecho.

Promesas vacías

“Azerbaiyán siempre ha estado comprometido con la salvaguarda de los derechos de todas las minorías étnicas de su territorio, incluidos los armenios”, dijo esta semana ante los periodistas el vocero del Ministerio de Asuntos Exteriores de Azerbaiyán, Aykhan Hajizada. También aseguró que cuando los armenios ocuparon tierras azerbaiyanas, desplazando a alrededor de un millón de personas, no hubo llamados internacionales para garantizar sus derechos, ni tuvieron garantías que preservaran su seguridad y su dignidad.

Muchos de los armenios que huyeron de Nagorno Karabaj dicen que las promesas azerbaiyanas suenan vacías y que prefieren arriesgarse a empezar de nuevo en Armenia.

Cuando bombardearon su casa en la aldea de Martakert, el 19 de septiembre, Arpine Hovhannisyan abandonó el lugar con sus siete hijos y llegó a Stepanakert con los documentos de identidad de su familia y en chancletas. Con frío y hambre, se refugiaron en un aeropuerto que suelen utilizar las fuerzas rusas de pacificación, para luego ser evacuados en micro a través del puente terrestre que conecta con Armenia.

“Siento que perdí mi patria”, dijo Hovhannisyan. “Tengo un dolor imposible de imaginar”.

Ann M. Simmons

Traducción de Jaime Arrambide

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