Taiwán se prepara con todo para una guerra con China, aunque por ahora no cree que esté por estallar

TAIPÉI.- El último teléfono de Huawei es un dolor de cabeza para Estados Unidos. El producto estrella de la empresa china, lanzado con glitter y fanfarrias en agosto pasado para competir con el iPhone 15, lleva un chip de 7 nanómetros (nm) que descolocó al gobierno de Joe Biden.

¿Cómo puede haber alcanzado una China rezagada en la producción de semiconductores semejante tecnología con todas las restricciones que Estados Unidos impuso sobre ella, en el último año, para neutralizar su desarrollo? El acertijo desvela a la Casa Blanca.

Pero a Taiwán, el tercer protagonista de la creciente rivalidad que pone al mundo en alerta, el misterio la tiene sin mucho cuidado, pese a que una China más tecnológica es una China más amenazante.

Taiwán, la isla que Xi Jinping quiere recuperar a toda costa y también la más poderosa productora de semiconductores del mundo, va varias generaciones más adelante con sus chips. El nuevo teléfono de Huawei usa el mismo procesador que empleaba el iPhone XS, lanzado en 2018; es decir que Taiwán le lleva a China cinco años de ventaja tecnológica.

Hoy, el recién inaugurado iPhone 15 usa un chip de 3nm y TSMC, la mayor fábrica del mundo, ya trabaja en uno de 1,4 nm. Alojados en parques tecnológicos que deslumbran a cualquier visitante, los ingenieros taiwaneses afirman que, en los ‘90, a la ciencia internacional le tomó 10 años y 2700 millones de dólares decodificar el genoma humano; hoy a un chip de última generación de TSMC le lleva un día.

Para Taiwán, eso es puro orgullo y pura estrategia. Es una forma de hacerse imprescindible para el mundo y, a la vez, de alejar la amenaza de una guerra total con China, el mayor desafío desde que, en 1949, Chiang Kai Shek y sus seguidores nacionalistas se instalaron en la isla tras ser derrotados y desplazados por los comunistas.

“Tratamos de disuadir a China [de invadir] incrementando el precio de la guerra para el mundo. Intentamos prevenir una guerra aumentando nuestro propio nivel de preparación. Y tenemos que mantener esta política durante los próximos 10 a 15 años”, dijo, hace unos días, el vicecanciller taiwanés, Roy Lee, en una comida con periodistas, entre ellos esta cronista de LA NACION, en Taipéi.

Y repitió lo que el gobierno local insiste cada vez que quiere graficar la dependencia que el mundo tiene de la isla: el 65% de los chips que usan los celulares, los lavarropas, las computadoras, los autos del mundo vienen de Taiwán.

Historia, amenazas y deadlines

La llegada de Xi al poder, en 2012, fue tanto un hito para China como para Taiwán. Las aspiraciones globales e imperiales del presidente chino incluyen, casi como prioridad excluyente, la reincorporación de la isla. Y cada vez que el presidente chino vive un momento delicado, como una transición o una crisis, los tambores de guerra suenan más fuertes.

Cuatro años después del arribo al poder de Xi, Taiwán también tuvo un recambio presidencial decisivo para las relaciones con China. Tsai Ing-wen, una académica del derecho y dirigente del Partido Democrático Progresista (PDD), llegó al gobierno impulsada por un renovado aire independentista, que, a lo largo de los últimos años, alimentó la tensión con Pekín y el presupuesto militar de Taipei.

En los últimos dos años, las incursiones aéreas chinas sobre el estrecho de Taiwán se dispararon y la relación entre Pekín y Taipéi –unidas por miles y miles de años de historia y cultura común– se deteriora casi sistemáticamente. Mientras tanto el Estados Unidos de Biden se aleja de su habitual “ambigüedad estratégica” para afirmarse como un garante de la seguridad de la isla –y sobre todo de su provisión de armas–.

Entre incursiones, amenazas, cálculos sobre el impacto global y lecciones que llegan desde Ucrania para uno y otro lado, el escenario bélico se construye de a poco. Y una fecha titila en el horizonte cada vez con más fuerza: 2027, el año que se habría impuesto Xi como deadline para recuperar la isla.

Prepararse para la guerra, en las calles y en las oficinas

En las calles de Taipéi esas amenazas chinas no son la prioridad. Allí las preocupaciones de los taiwaneses se parecen mucho a la de los ciudadanos de otros países, incluso a los de la Argentina, aun cuando las diferencias entre la isla y nuestro país sean dolorosas y elocuentes sobre los caminos estratégicos elegidos por una y otro: en 1980 Taiwán representaba el 0,4% del PBI global y la Argentina, el 1%, según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI); hoy, la isla se lleva el 1,29% de la economía mundial y nuestro país, el 0,75%.

El precio de las viviendas, el costo de vida y la pérdida de valor del salario real desvelan a los taiwaneses más que las incursiones de los aviones chinos o las advertencias bélicas de Xi. Detrás de esa aparente indiferencia hay sí una decisión creciente de mantener un sistema que a los taiwaneses les costó décadas y sacrificio alcanzar y que los diferencia de sus hermanos del otro lado del estrecho, la democracia.

El recuerdo de un Hong Kong cuyos pilares democráticos fueron rápida y violentamente desarmados por el régimen de Pekín es un antídoto potente contra la reunificación. Mientras el deseo de independencia aumenta muy de a poco, la voluntad de mantener el status quo –una relación sólida pero dos gobiernos y dos sistemas diferentes– se afianza entre los taiwaneses, según los sondeos de la Universidad Nacional Chengchi.

Si las calles de Taiwán tienen la cabeza en la economía, las oficinas del gobierno están casi por completo movilizadas con el escenario bélico.

La preparación es integral: sin descanso, los funcionarios taiwaneses piensan en cómo garantizar la seguridad alimentaria de una isla que importa por mar y aire el 70% de lo que ingiere, en cómo diversificar su cadena de valor y su comercio internacional, en cómo replantear sus inversiones más allá del destino histórico que fue China, en cómo sortear las trabas monumentales de Pekín para conseguir socios internacionales que le den volumen diplomático a un gobierno que es reconocido por solo 13 países.

Todo se piensa y planifica para ahora y para el largo plazo, aun cuando el consenso oficial sea que la guerra es un escenario distante.

“La guerra no es ni inevitable ni inminente. Sin embargo, cualquier escenario bélico sería desastroso para nosotros, por lo que tenemos dos políticas clave. La primera es no provocar a China. La segunda es tener la suficiente capacidad militar disuasoria. Eso incluye incorporar más armas de Estados Unidos, mejorar nuestro entrenamiento y ampliar el servicio mililar obligatorio”, explicó a un grupo de periodistas el canciller taiwanés, Joseph Wu, y advirtió que la estabilidad y la paz en el estrecho son “esenciales para el mundo”.

¿Guerra aérea, invasión, bloqueo o conflicto total?

La superioridad militar de China sobre Taiwán es innegable. Número de tropas activas y reservistas, aviones, tanques, artillería, submarinos, barcos, todos se multiplica por ocho o por diez. Por eso, todos los escenarios bélicos en Taiwán se plantean en términos de guerra asimétrica, como lo hace Ucrania con Rusia.

“Todo el tiempo estudiamos la guerra en Ucrania para sacar lecciones. Hay algunas que son sustantivas: la guerra más brutal es posible, entonces hay que estar preparado; el compromiso e involucramiento civil es clave; los drones suicidas son decisivos; lo primero que hay que proteger es la infraestructura crítica”, explicó el director adjunto de Instituto para la Defensa y Seguridad Nacional, Ming Shih Shen.

David contra Goliat, así se plantea Taiwán su estrategia. ¿Pero para qué tipo de guerra? ¿Una batalla aérea, una invasión, un bloqueo o una guerra total, por todos lados?

Para los especialistas y funcionarios taiwaneses, la invasión es el menos probables de los escenarios. El litoral taiwanés, con sus playas cortas y escarpadas, puede ser una trampa para las fuerzas chinas. La guerra total tampoco entra en los planes más probables. “Para eso se necesitan barcos, aviones, anfibios, tropas. Hoy el Ejército de Liberación Popular [las Fuerzas Armadas chinas] no están preparadas para semejante acción conjunta”, advirtió Ming Shih Shen, y dio el ejemplo de cómo Rusia fracasó en ese tipo de esfuerzo coordinado al inicio de la invasión a Ucrania.

Un combate aéreo implica desestabilizar y exponer a ser blancos accidentales a los países cercanos, Japón, Filipinas, Corea del Sur, lo que daría al conflicto una dimensión regional muy peligrosa para China. Queda el bloqueo, pero ese escenario –además de ser asfixiante para Taiwán– también sería riesgoso para Pekín.

Más allá de la tensión geopolítica y militar que atenta en su contra, el vínculo entre China y Taiwán parece robusto. Unas 250.000 familias taiwanesas tienen un padre o una madre china; 163.000 taiwaneses trabajan en el continente; el 10% de las exportaciones taiwanesas van a China y empresas taiwanesas son de las principales inversoras en China. Muchos de esos números –exportaciones e inversiones, sobre todo– son hoy significativamente menores que hace 10 años. Sin embargo, anularlas por completo con un bloqueo sería dañino para ambos lados del estrecho. Y para Xi.

Xi haría cualquier cosa por mantenerse en el poder. China no tiene la capacidad de invadir y el precio del bloqueo es muy alto. Todo eso le costaría personalmente mucho al presidente chino”, advirtió el Chuang Lai, asesor de la cancillería.

El costo para el mundo sería también exorbitante; entre el 50 y 60% de los bienes que consume el mundo pasan de alguna manera por el estrecho de Taiwán. Los pesares que la pandemia impuso sobre las cadenas de valor, la logística, el transporte y, en definitiva, los precios globales palidecerían en comparación al impacto del bloqueo. Por eso hoy Taiwán apuesta a más disuasión militar y a más chips. Guerra de teléfonos en lugar de guerra de artillería.

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