Una crisis que desnuda dos ideas antagónicas para pensar un futuro gobierno

El debate sobre la posible inclusión del gobernador cordobés Juan Schiaretti a Juntos por el Cambio es revelador. Permite avizorar por anticipado, antes de las elecciones, cómo serán los próximos cuatro años de la Argentina en términos de gobernabilidad si Horacio Rodríguez Larreta o Patricia Bullrich acceden a la presidencia.

A priori se vislumbran dos visiones cuasi antagónicas. Larreta incorporaría al peronismo a un gobierno de coalición, con todo lo que ello implica: gobernadores, intendentes y sindicalistas dotados de responsabilidad de decisión (y de gestión) en un eventual gabinete compartido. Bullrich, en cambio, pactaría con los libertarios de Javier Milei una coalición de tipo parlamentaria que le permita prescindir del peronismo y así arremeter de lleno contra el statu quo.

Un Milei a la medida de cada uno

¿Qué viabilidad tendrían uno y otro modelo? Larreta descuenta que, por tratarse de un gobierno de coalición con representantes peronistas adentro, alcanzará en el Congreso un amplio consenso para sancionar las leyes estructurales pendientes en materia económica, laboral y social. Esa alianza con sectores del peronismo permitirá aislar en ambas cámaras al kirchnerismo, a los libertarios y al sector “halcón” de Juntos por el Cambio.

“Tenemos que apuntar a que dos tercios del sistema, un 70%, podamos ir por un camino sostenible en el tiempo, más allá de los gobiernos de turno”, pregona Larreta.

Desconfianza de Bullrich

Sus detractores desconfían. Aseveran que el peronismo integrado a un gobierno de Juntos por el Cambio impedirá cualquier cambio de fondo. “Un gobierno de Larreta será ‘gatopardismo’ en estado puro”, aventuran. Las corporaciones políticas, sindicales y empresariales preservarán el statu quo y Sergio Massa, amigo de Larreta, se entronizará como el principal interlocutor del futuro gobierno, advierten.

“Larreta, Morales y Massa son amigos”, arremetió Bullrich ni bien el jefe de la UCR y socio de Larreta, Gerardo Morales, sugirió la idea de sumar a Schiaretti a la coalición.

“La Argentina necesita un programa de cambio muy de fondo. Si terminamos siendo una cosa vaga, imprecisa, donde viene uno y defiende las leyes sindicales como están, o el modelo político tal cual está, todo para sumar qué. La suma de partes distintas da menos que un todo”, planteó.

En las usinas de Bullrich sostienen que el statu quo se rompe solo si se aísla al peronismo más recalcitrante y retrógrado. Cercana al modelo que deseó instrumentar en su momento Mauricio Macri, imagina un gobierno puro de Juntos por el Cambio con alianzas tácticas en el Congreso, preferentemente con la tropa de Milei, de quien Bullrich se siente más cercana. En sus cálculos estiman que, de ganar las elecciones, Juntos por el Cambio podría sumar a sus 115 diputados una veintena de legisladores libertarios si el líder de La Libertad Avanza cristaliza en los hechos los buenos números que hoy muestran las encuestas.

En sus elucubraciones, imaginan una Cámara de Diputados con mayoría oficialista gracias a Milei. En el Senado, donde el PJ está dividido, se ilusionan con alianzas tácticas, ley por ley, con aquellas provincias peronistas necesitadas de fondos.

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El larretismo tiene otra concepción de la gobernabilidad. “La crisis es tan profunda que no sirve aprobar leyes sin una legitimidad política y social lo más amplia posible. Lo intentó Mauricio Macri, ninguneó al peronismo, hizo de la UCR un furgón de cola de Pro y así le fue: fracasó”, aseveran.

Faltan apenas tres semanas para el cierre de listas de Juntos por el Cambio y, lejos del consenso, Larreta y Bullrich amenazan con presentar sus propias nóminas de candidatos al Congreso. El riesgo es mayúsculo. Si gana Bullrich ¿hasta qué punto se podrá mantener la homogeneidad del bloque, devenido oficialista, si se inclina demasiado hacia la derecha? Si gana Larreta, ¿cuánto podrán tolerar los halcones de su partido un pacto con el peronismo?

Aquí no hay matices; la discusión es estructural. Lo saludable es que se desata antes de las elecciones primarias, lo que le permite al votante calibrar sus preferencias y evitar sorpresas.

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