Violaciones, torturas y fosas comunes: el trauma de una ciudad ucraniana que estuvo ocupada por las tropas rusas

IZIUM.- ¿Se puede superar el trauma causado por el horror? ¿Se puede seguir viviendo en un lugar marcado por fosas comunes, torturas y crímenes de guerra?

Es la pregunta que flota en el aire en Izium, ciudad devastada física y anímicamente por los rusos. La ocuparon desde marzo de 2022 hasta el 12 de septiembre del año pasado. Si bien hubo festejos por esa liberación, luego vino el espanto. La gente que sobrevivió a la ocupación rusa comenzó a hablar, a recordar, a denunciar a los colaboradores. Y en un bosque al norte de la ciudad, donde antes la gente salía a pasear o a buscar hongos, encontraron fosas comunes con 449 cadáveres: 199 hombres, 211 mujeres, 24 soldados, 7 niños y restos de huesos de 8 personas. Hallaron, además, cámaras de tortura en el sótano de lo que era el departamento central de policía, un edificio tan destruido que es imposible reconstruir y siguen hallando a diario restos humanos.

Seguimos encontrando cuerpos, aparecen todo el tiempo. Hallamos unos 200 en patios de casas, departamentos incendiados, jardines. Las personas cuentan que durante la ocupación no había tiempo, entre los toque de queda y los bombardeos, de enterrar a los muertos. Así que juntaban los cadáveres y los metían donde podían, bajo tierra”, explica Tymur Tertyshny, jefe del departamento de investigación de Policía del distrito de Izium, provincia de Kharkiv. Mientras se dirige al bosque de la vergüenza, donde aún se ven trincheras y donde hallaron las fosas comunes, muestra que desde hace unos días han colocado un memorial, donde saltan a la vista velas y cuatro grandes canastos con rosas rojas. Un letrero recuerda a los 449 residente de Izium allí enterrados por los “invasores rusos” desde abril hasta agosto de 2022, durante la ocupación. “Este es un lugar de dolor, pena y luto. Memoria eterna a todos los que mataron. El mundo debe saber la verdad”.

Luego de análisis forenses, en esas fosas donde sobresalen algunas cruces de madera, había 15 muertos de bala, 87 por traumas causados por explosión, 15 cuerpos con signos de tortura y 23 con señales de muerte forzada, precisa el oficial con carpeta en mano.

“Sesenta y tres cuerpos aún no han podido ser identificados, no tienen parientes para que podamos hacer el ADN. Pero seguimos encontrando. Días atrás, hallamos restos de un hombre que vivía solo, que estaba herido y murió en su casa incendiada. Aunque también encontramos restos de personas que murieron de frío, porque no había gas. El problema es que el territorio está muy minado. Hay pueblos totalmente borrados de la tierra, estamos siempre buscando fosas”, agrega.

De enorme importancia estratégica desde hace siglos -tanto en la Edad Media como en la Segunda Guerra Mundial, porque aquí se libraron importantes batallas-, Izium pagó caro el hecho de ser geográficamente “la puerta” al Donbass, la región del sudeste de Ucrania donde desde 2014 se combate una atroz guerra entre rusos y ucranianos.

Izium, que significa en ucraniano “pasa de uva”, antes de la invasión rusa tenía 50.000 habitantes. Ahora tiene menos de la mitad. Es otra ciudad desolada, fantasma y tiene el 80% de sus edificios destruidos por ataques aéreos rusos ocurridos al principio de la “operación especial” de Vladimir Putin. “Es la ciudad más bombardeada de Ucrania, más que Mariupol, según el Consejo de Seguridad y Defensa de Ucrania”, asegura su vicealcalde, Volodymyr Matsokhin, que admite que si bien ahora funcionan luz, agua y demás servicios y algunos habitantes están regresando, la situación sigue siendo muy dura. “Estamos a 40 kilómetros del frente, puede pasar cualquier cosa y la gente no se siente segura”, admite este funcionario, que logró escapar de Izium antes de que cayera en manos de los invasores.

Tortura

Entre quienes se quedaron y sobrevivieron a la ocupación, las heridas siguen abiertas. Maxim, psicólogo de 52 años, fue arrestado por la policía secreta rusa una semana antes de que Izium fuera liberada. Tal como cuenta acompañando a un grupo de periodistas, en lo que fue su calvario lo llevaron a la estación central de policía y vivió una pesadilla. Lo encapucharon, lo pusieron en una celda del subsuelo -a la que nos lleva- junto a otras dos personas. Allí le daban comida incomible y paseaban ratas. “Los rusos no nos dejaban ir al baño, solo había una botella. Cuando les dije que no teníamos baño los rusos me respondieron: ‘no querés una granada por la ventanita’”, evoca.

Aunque lo peor fue que allí, en una cámara de tortura que los rusos pusieron en marcha en otro sótano que funcionaba como polígono, sufrió terribles vejaciones. Se trata de un espacio oscuro, donde se ve colgando una cadena del techo, una mesa, unas sillas y aún queda una máscara de gas que también utilizaban para asfixiar. Como cuenta Maxim -que no quiere contestar cuando le preguntamos si formaba parte de la resistencia-, en un cajón había una picana eléctrica tan atroz que lo dejaba desmayado.

“Para mí fue muy importante volver a este lugar y encontrar la cámara de tortura. Me llevaban encapuchado, pero por los escalones, las vueltas, pude ubicarlo. Como psicólogo sé que para superar el trauma hay que mirarlo desde otro lado y abstraerte. Tenía que volver y ver con los ojos, que tenía tapados, lo que no veía”, dice este hombre, originario de Donestk -una de las provincias del Donbass anexadas por Rusia-, pero que se mudó a Izium hace diez años.

Maxim, que está escribiendo un libro para tratar de sistematizar su experiencia de seis meses de ocupación, admite que no será fácil digerir sus efectos.

“La sensación dominante durante la ocupación era miedo total, todo el tiempo. La gente tenía miedo de todo y aún hoy tiene miedo. Lo que pasó acá es como un gran síndrome de Estocolmo, con toda la población rehén de los terroristas rusos, que los tenían dominados porque de ellos dependía si había trabajo, comida, vida o muerte”, explica. “Lo único que decía la gente era ‘yo no sé nada, yo no sé nada’… Hará falta tiempo para recuperar la autoestima, la identidad. Si me sacan mi país, me sacan una parte de mí… Es complejo decirlo, pero nos sacaron la identidad”, reflexiona. Maxim confiesa, finalmente, que se llevó a su casa la picana con la que fue torturado, que encontró allí, en el cajón que oía que se abría violentamente cuando lo llevaban encapuchado, como souvenir de la brutalidad de la ocupación.

Ante la pregunta de si algún día los habitantes de Izium, que se ha vuelto una suerte de símbolo del horror -como Auschwitz en Polonia, Srebrenica en Bosnia-, podrán recomponer su ánimo, el vicealcalde no tiene dudas.

Lo que hicieron aquí los rusos es una práctica caníbal, como cuando una especie se come a sí misma. No puedo llamar a los rusos animales porque ofendo a los animales”, dice. “Pero Izium siempre ha sido una zona castigada históricamente, en la Edad Media, en la Segunda Guerra Mundial… Aquí hubo crímenes de guerra, edificios residenciales llenos de familias arrasados, violaciones sexuales, ejecuciones, torturas, pero esto no significa que la vida se acaba. Debemos seguir viviendo, pensando en el futuro, pero sin olvidar”.

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