Cristina describió los números del Estado de una “Argentina de 12 años”

Alguna vez, Bill Gates fue el hombre más rico del mundo. Entonces, en un documental, fue muy claro respecto de lo que podía y lo no podía comprar con dinero. “El tiempo -contestó-. Eso es lo que no se puede comprar”. En esa carrera contra el tiempo está el kirchnerismo en general y Cristina Kirchner, en particular. Y ese reloj que corre es el que transcurrirá hasta diciembre.

Ya hay muy poco tiempo para remediar las consecuencias económicas del cuarto gobierno kirchnerista y esa cuenta regresiva golpea todo el tiempo en el reloj político de la vicepresidenta. Y sin tiempo, pues hay que volver a rescatar el relato y poner sobre la mesa decenas de cifras caprichosas, casi un deporte favorito de la única oradora del acto del 25 de mayo.

Así las cosas, con dedo en alto y en tono subido y admonitorio, Cristina Kirchner empezó a transitar su discurso de 20 años con una mención principal al proceso de duplicación del Estado que caracterizó al kirchnerismo desde que empezó a gestionar el país. “Así de chiquitito era el Estado cuando asumió Néstor. Así”, remarcó y juntó los dedos como para que se vea lo pequeño que era.

Justamente, el tamaño del Estado no es un tema en si mismo. Cada país, cada economía, cada sociedad requiere una estructura burocrática distinta y, quizá, no comparable entre unos y otros. El problema del sector público estatal criollo es que el que se construyó en las últimas dos décadas no se puede pagar. Y esa falta de sustento para soportar el peso es la que ha derivado en gran parte los problemas, pasados y actuales.

Vale ponerle cifras a ese Estado “chiquitito” con el que asumió Néstor. El gasto público nacional cuando asumió el primero de las cuatro gestiones era de 12,3% del PBI. Es decir, de cada 100 pesos de producto bruto interno, la Nación gastaba 12,3. Fue la misma Cristina la que habló maravillas del Gobierno de su esposo. Ahora bien, cuando aquel “pingüino” le entregó el poder a la “pingüina” esa proporción había pasado a 15%. Es decir, el Estado chiquitito no creció tanto y no se necesitó de él para hacer de este mandato el mejor de los cuatro que ya tiene el espacio político que gobierna.

Ahora bien, la expansión excepcional del gasto público se dio justamente en las dos presidencias de Cristina Fernández. De hecho, aquel porcentaje pasó a 24% en diciembre de 2015, cuando se tomó el avión a El Calafate y no entregó la banda presidencial.

Si la cuenta se hace respecto del peso de los tres niveles de administración (Nación, provincias y municipios) en relación al PBI, la curva de crecimiento es similar. Desde 1980 hasta 2007, el tamaño del sector público consolidado se movió en el rango que va entre 26 y 32%, dependiendo del tamaño de la economía. De hecho, el 32% fue el número final de Kirchner. Fue Cristina la que empinó la curva y dejó aquel indicador en 46% del PBI en 2015. Esos fueron los años de expansión y no aquellos del primer mandato cuando la Argentina crecía.

Entre las caprichosas cifras a las que aludió la oradora de Plaza de Mayo también hubo una mención a la deuda con la que asumió su marido. El punto es que la crisis de 2001, que terminó con la caída de la convertibilidad, fue una crisis de gasto y no de deuda. Lo que sucedió en los años 90 es que la política gaste mucho más de lo que se recaudaba, y eso generó que pedir dinero, dólares frescos, sea al Fondo Monetario Internacional (FMI) o a los ahorristas del planeta, para tapar la sangría.

Ese mismo proceso se dio en los últimos año cuando el dinero que gasta el Estado no se puede financiar. De hecho, los remedios kirchneristas antes de ajustar el gasto fueron la inflación, la emisión, el aumento de los impuestos o la deuda. Los argentinos, en medio de semejante situación, caen mansos bajo la línea de la pobreza, que en este semestre, terminará más cerca del 45% que del 40% donde está actualmente.

Cada uno de los números que se repasaron en el festival del desmesurado crecimiento del Estado, puede ser contrastado con otro. Unas pocas horas antes del acto, el economista Fernando Marull escribía en Twitter: “Cuando te digan que faltan dólares por “por la deuda con el FMI, solo mandale este grafico, con un besis”. El gráfico al que aludía mostraba que el campo aportó 110.000 millones de dólares durante el gobierno de Alberto Fernández y que ese período, su administración pagó US$825 millones al FMI, después de descontar lo que el propio organismo entregó para repagar la deuda. La tercer columna muestra que la pérdida de reservas neta del Banco Central fue de US$13.500 millones.

Esas tres cifras muestran con crudeza lo que necesita el Estado para poder mantener el nivel del gasto y lubricar una estructura que ahoga al sector privado. Ese tema preponderante que se sobrepone a todos es el desmesurado crecimiento del Estado, que, a 20 años de haber iniciado la expansión, se ha tornado casi imposible de financiar. La emisión monetaria, la deuda, la devaluación del peso, la asfixiante presión fiscal y, por supuesto, la inflación, están inspiradas en aquel fenómeno tan característico de estas dos décadas. En el fondo, todos son diferentes respuestas a una misma pregunta: ¿Cómo hacer para financiar el Estado?

Pero más allá del repaso de las cifras y la defensa de medidas que efectivamente se tomaron, como la estatización de Aerolíneas Argentinas, el Correo o las AFJP, por citar algunas, los dichos de Cristina Kirchner no describieron ninguna medida que tomaría el espacio que lidera si ganan las elecciones.

De hecho, si de interpretación se trata, semejante retórica sobre el pasado, a la que se le sumó una enorme negación sobre las responsabilidades actuales, solo se puede esperar que todo lo que venga en un eventual quinto mandato sea más de lo mismo. Es decir, ya no un Estado por duplicado, sino por tres o por cuatro. Vamos por todo por dos.

Hubo un cerrado aplauso cuando la vicepresidenta habló de la estatización de las AFJP. Dijo que cuando se decidió aquella medida el 60% de las jubilaciones las pagaba el Estado y no ese régimen de capitalización. Ese dato es real, solo que lo que no dijo la dos veces presidenta es que la mayoría de los aportantes al régimen eran jóvenes que no habían llegado a la edad jubilatoria. De hecho, el diseño mismo de aquella reforma preveía un camino creciente de jubilados en las AFJP ya que a quienes estaban cerca del la edad le convenía el régimen estatal.

Así fueron los números de Cristina Kirchner y las citas de una dirigente enojada contra el tiempo que correr y que no deja margen para hacer demasiado. Mucho tiempo para no hacer nada; demasiado poco para que se note algo. Justamente, la interpretación caprichosa del tiempo llevó a que en el acto por los 20 años desde que Néstor asumió se haya relatado la vida de una Argentina de solo 12 años de edad, que nació en 2003 y está en pausa desde 2015.

Según ese relato que dejó de lado el esfuerzo de miles de argentinos que trabajan y pagan impuestos para solventar el Estado, los bonos con los que se financió el sector público los pagó el matrimonio presidencial. Ellos y sólo ellos, según sus dichos. YPF y Vaca Muerta también fueron recuperados por los “kukas”, como dijo la vicepresidenta. Claro, no dijo que Néstor fue uno de los más fervientes defensores de la privatización de la petrolera en los 90, que después fue él quién negoció el ingreso como socio de Repsol a un grupo amigo que no hizo desembolsos y se quedó con el 25% de las acciones, y que después ahogó regulatoriamente.

No hay mérito de nadie, ni de los que pagan impuestos ni de los que producen ni de los que a diario trabajan y luchan contra una inflación de 120%. La Argentina de Cristina tiene 12 años, nació en 2003, y sólo vale describirla hasta 2015. Y en ese país imaginario no hay lugar para discutir ninguna cifra, apenas aplaudir a rabiar.

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